En mayo de 1935, Santa Cruz de Tenerife se convirtió en epicentro mundial de una revolución artística: la primera y única exposición surrealista del grupo parisino en territorio español. Este evento, celebrado en el Ateneo de Tenerife, marcó un hito no solo por la envergadura de los artistas participantes —Magritte, Dalí, Miró, entre otros— sino también por lo que simbolizó: una apertura de las islas hacia el pensamiento universal.
Una isla que abrazó la modernidad
Tenerife, tradicionalmente asociada al turismo y al comercio marítimo, sorprendió al convertirse en punto de encuentro de las vanguardias artísticas europeas. Esto no fue casualidad. La revista “Gaceta de Arte”, impulsada por un grupo de intelectuales tinerfeños liderados por Eduardo Westerdahl, actuó como catalizador. Estos jóvenes rebeldes tenían claro que las ideas no debían estancarse en el aislamiento geográfico, sino que debían navegar como barcos hacia nuevos horizontes. Tenerife ya se encontraba a la vanguardia del arte en esa época, consolidándose como un referente cultural en constante diálogo con las corrientes europeas.
El surrealismo en el Atlántico
La llegada de André Breton, Jacqueline Lamba y Benjamin Péret a la isla fue un suceso cargado de simbolismo. El surrealismo, movimiento que aspiraba a desentrañar los misterios del subconsciente y subvertir el orden establecido, aterrizó en un paisaje que se antojaba como su manifestación natural: playas de arena negra, picos volcánicos y cielos que parecían invitar al sueño.
Breton describió Tenerife como un “jardín botánico de ideas”. Aquella exposición no solo mostró obras únicas de artistas como Yves Tanguy o Max Ernst, sino que también conectó a la sociedad insular con debates que iban más allá de lo puramente estético: la tensión entre tradición y modernidad, el papel del arte como herramienta de transformación social.
¿Por qué Tenerife?
La elección de Tenerife como sede no fue arbitraria. Su condición de encrucijada entre Europa, África y América la hacía especialmente apta para encarnar el carácter cosmopolita del surrealismo. Además, la red de contactos que “Gaceta de Arte” había establecido con figuras clave como Le Corbusier, Gertrude Stein o Tristan Tzara fue crucial para atraer la atención hacia la isla.
El legado olvidado y una trayectoria que debe retomarse
Aunque la exposición fue un éxito artístico, su impacto fue silenciado durante años por la dictadura franquista. Fue solo a finales del siglo XX cuando Canarias comenzó a reivindicar su papel en la historia del arte contemporáneo. Hoy, eventos como este nos invitan a reflexionar sobre la importancia de conectar lo local con lo global y de mantener vivos los espacios donde las ideas pueden florecer.
Tenerife no solo fue anfitriona de una exposición surrealista; se convirtió en un ejemplo de cómo una pequeña comunidad puede abrazar y amplificar las voces de un mundo en constante cambio. Retomar esta tradición vanguardista y cosmopolita es un deber cultural que nos permitirá seguir siendo un referente en el panorama artístico internacional.