Con palabras de Karen López, directora de la Galería GOMA, sobre la obra de Javier Pagola
En un rincón donde el arte se entrelaza con el inconsciente, habita Javier Pagola (San Sebastián, 1955), un artista que lleva más de cuatro décadas abriendo puertas a lo onírico, lo infantil y lo inquietante a través de un lenguaje visual inconfundible. Su obra, tan expresiva como misteriosa, parece más una traducción directa del subconsciente que una creación premeditada. Con el dibujo como brújula y la emoción como motor, Pagola ha forjado una trayectoria que lo sitúa como uno de los creadores más singulares del panorama español.
De la arquitectura al arte visceral
Formado inicialmente en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Pagola pronto dejó atrás los planos y cálculos estructurales para lanzarse de lleno al arte. El cambio de rumbo lo llevó a Cuenca, donde comenzó a construir su verdadero universo: uno hecho de líneas libres, criaturas deformes, miradas perplejas y atmósferas que oscilan entre la fábula y la pesadilla. Desde entonces, ha vivido en Madrid, París, Roma, Berlín… cada ciudad aportando capas a su imaginario y a su pulso artístico.
Un trazo que habla
Pagola ha hecho del dibujo su lenguaje primario, explorando sus límites y posibilidades con una maestría poco común. Sus influencias, que van desde El Bosco hasta Antonio Saura, se filtran en su obra sin sofocarla. Sus figuras, entre lo figurativo y lo abstracto, parecen sacadas de una fábula interrumpida. No es raro que uno se quede observando sus piezas, sintiendo que detrás de cada trazo hay una historia sin narrador, un secreto no revelado.
Lejos de buscar respuestas, Pagola ofrece preguntas visuales. Trabaja sin bocetos ni planificación previa, guiado por impulsos internos, permitiendo que el trazo revele aquello que ni él mismo sabía que buscaba. Esta espontaneidad convierte su proceso creativo en una forma de exploración psicológica, tanto para él como para quien observa.
Reconocimientos y presencia internacional
A lo largo de su carrera, Pagola ha recibido becas que reflejan su valor artístico, como la prestigiosa beca Endesa para las Artes Plásticas, la beca de la Academia de Bellas Artes de Roma y la beca de la Fundación Marcelino Botín. Sus obras han sido exhibidas en ciudades como París, Lausana, Copenhague y Verona, además de figurar en ferias emblemáticas como ARCO y Estampa.
Pero su mayor aval está en las colecciones que lo respaldan: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo de Bellas Artes de Álava, el CA2M, la Fundación Juan March o incluso la Fundación De Menil en Houston. Cada inclusión no es solo un reconocimiento institucional, sino una validación silenciosa de su relevancia artística.
Más allá de la pintura
Pagola también ha dejado su huella en la ilustración editorial. Su colaboración con el Círculo de Lectores en obras como Gargantúa de Rabelais o El mago de Oz de Baum revela su capacidad para dialogar con grandes relatos y reinterpretarlos desde su peculiar universo gráfico.
Una obra que respira emoción
Lo que distingue a Pagola no es solo su técnica, sino su capacidad para conectar con el espectador desde un lugar íntimo. Sus obras no exigen comprensión racional; piden, más bien, una mirada sincera, una entrega a lo que despiertan: ternura, incomodidad, nostalgia, curiosidad.
En un mundo cada vez más ruidoso y literal, el arte de Javier Pagola es un susurro potente, una invitación a mirar hacia dentro, a perderse en un bosque de líneas que no llevan a ninguna parte, porque —como él mismo demuestra— a veces lo importante no es llegar, sino explorar.