Por Karen Mustaine, periodista cultural
Publicado en Revista Prisma, edición especial de primavera
“Los seres vivos no han evolucionado para percibir el mundo tal como es en realidad…” — Cuasante, Introducción al color (2005)
En la Castilla burgalesa de la posguerra, nacía en 1944 un pintor que convertiría el color en materia de reflexión científica y poética. José María González Cuasante no llegó al arte por arrebato, sino por convicción filosófica: primero estudió Filosofía y Letras (1968), luego se formó en Bellas Artes (1980) y, finalmente, se doctoró en esa misma disciplina (1985), defendiendo una tesis que ya anunciaba su obsesión: diseccionar el color como fenómeno perceptivo y emocional.
El capuchón del boli y un huevo frito (2022) combinan teoría y práctica.
Su obra ha sido expuesta en Museo Reina Sofía, IVAM, Fundación Mapfre y
Chase Manhattan Bank, y galas como ARCO y Europ’Art.
Un viaje intelectual hacia el pigmento
Cuasante enseña que la percepción no es un espejo fiel, sino un instrumento moldeado por nuestros fines vitales. Inspirado en Kant, Schopenhauer y las teorías de la Gestalt, plantea que la pintura debe ir más allá de la mera representación para revelar la “cosa en sí”. Sus libros —Introducción al color (2005), El color de la pintura (2008) y El capuchón del boli y un huevo frito (2022)— son manuales rigurosos donde la práctica y la teoría convergen, invitando a espectadores y artistas a cuestionar cómo vemos.
“Intentar controlar lo que sucede… lo único que produce es un reflejo subjetivo del artista.” — Cuasante
Con esta premisa, desarrolló un modelo de experiencia estética donde el creador debe renunciar a su ego para permitir que el color hable por sí mismo: ni dramatismo extremo, ni virtuosismo vacío, sino disciplina y curiosidad continua.
Pintar sin tiempo: la poética de lo cotidiano
Lejos del ruido del hiperrealismo, Cuasante elige lo mínimo: una taza, una silla, una habitación vacía. Cada obra es una ventana detenida, un instante convertido en estudio cromático:
Estructura y emoción: la composición se sostiene en la precisión, pero libera un latido íntimo.
Sombra y reflejo: cada gradación revela texturas y atmósferas donde el color se convierte en protagonista, no en superfluo.
Sus series más emblemáticas —de la temprana exploración del bodegón a Forma y expresión (Salamanca, 2022)— demuestran que pintar puede ser un acto de meditación científica.
Trayectoria y reconocimiento
Con más de 60 exposiciones individuales y 120 colectivas, Cuasante ha mostrado su obra en galerías y museos de todo el mundo: Galería Amadís (Madrid, 1972), Museo Reina Sofía (Madrid), IVAM (Valencia), Fundación Mapfre, Chase Manhattan Bank (Nueva York)… Su presencia en ferias como ARCO o Europ’Art (Ginebra) refuerza su perfil internacional.
En paralelo, ha recibido premios que avalan su coherencia: Primer Premio Nacional de Pintura Ciudad de Burgos (1981), Premio Nacional de Dibujo Aranda de Duero (1983) y, en 2007, el prestigioso Premio Castilla y León de las Artes.
Trayectoria y reconocimiento
Con más de 60 exposiciones individuales y 120 colectivas, Cuasante ha mostrado su obra en galerías y museos de todo el mundo: Galería Amadís (Madrid, 1972), Museo Reina Sofía (Madrid), IVAM (Valencia), Fundación Mapfre, Chase Manhattan Bank (Nueva York)… Su presencia en ferias como ARCO o Europ’Art (Ginebra) refuerza su perfil internacional.
En paralelo, ha recibido premios que avalan su coherencia: Primer Premio Nacional de Pintura Ciudad de Burgos (1981), Premio Nacional de Dibujo Aranda de Duero (1983) y, en 2007, el prestigioso Premio Castilla y León de las Artes.
El legado didáctico
Como catedrático de pintura en la Universidad Complutense de Madrid, Cuasante formó generaciones de artistas. En sus clases, el alumno aprendía a “ver” antes que a “reproducir”: ejercicios de observación prolongada, análisis de matices, prácticas de mezcla de pigmentos. Su influencia trasciende sus lienzos y se multiplica en la mirada de sus discípulos.
Un arte de resistencia y contemplación
En un mundo de estímulos fugaces, José María Cuasante demuestra que la lenteza y el rigor son instrumentos de resistencia. Su pintura no exige desplazamientos rápidos: invita a detenerse, a escuchar el pulso del color y a descubrir la complejidad de lo cotidiano.
“El verdadero arte no consiste en reproducir la realidad, sino en hacerla más visible.” — Cuasante
José María Cuasante no aspira a ser un eco de modas; su obra es un faro silencioso que ilumina el arte como ciencia y poesía. Y en ese equilibrio, encontramos la plenitud de la experiencia pictórica.